En la norteña región albanesa de Puka, caracterizada por la belleza de su naturaleza casi virgen, algunos vecinos intentan vivir del turismo en contra de sus costumbres y tradiciones ancestrales, según las cuales los viajeros son huéspedes a los que honrar y no clientes.
Aunque Albania ha puesto todos sus esfuerzos en convertir el turismo en el motor de su economía, este centro alpino de 5.000 habitantes rodeado de bosques de hayas, robles y pinos, a 130 kilómetros de la capital, no recibe apenas visitas.
A pesar de ser el lugar ideal para el desarrollo del turismo rural, ecológico, de montaña y aventura no es habitual encontrar turistas. El año pasado tan sólo 1.500 visitaron Puka.
Sus hospitalarios habitantes aún respetan las normas del “Kanuni i Lek Dukagjinit”, un código de normas no escritas que regía la vida social de los montañeses en el siglo XV y que ha transmitido de generación en generación tradiciones como la venganza de sangre.
En el Kanun medieval, los forasteros que llaman a la puerta de uno para pasar la noche son considerados amigos y, por tanto, sería deshonesto cobrarles la estancia, a pesar de la pobreza en la que está sumergida la región.
“La casa es de Dios y del huésped”, cita el Kanun.
Tradicionalmente el huésped solía comer sólo con los varones de la casa, mientras las mujeres se dedicaban a cocinar, apartadas y sin tener contacto con los visitantes, algo que a día de hoy sigue siendo una barrera para ellas. En todos los restaurantes y bares de la zona los camareros son hombres.
Además, otro obstáculo para el desarrollo del turismo rural es que la mayoría de los vecinos de Puka asocian el trabajo con la administración estatal, ya que durante casi medio siglo de comunismo en Albania no existían ni el trabajo ni la propiedad privadas.
“Todas las casas tienen una habitación para los huéspedes ¿Por qué no convertirla en un dormitorio para turistas? Sólo con el turismo podemos asegurar una vida mejor”, dice a Efe Perparim Laci, un alpinista, esquiador y pionero del turismo familiar.
La barrera cultural es tal que el mismo Laci tuvo que subir en 2003 la cima más alta del mundo, el Everest, para entender lo que podía significar el turismo familiar en su tranquila tierra de verdes montañas y valles regados por aguas potables ricas en minerales.
Inspirado por las casas particulares en Nepal donde dormía y comía, a su vuelta abrió la primera posada (“hani” en albanés) de Puka, donde ofrece alojamiento y comida por 20 euros al día, además de servicios de guía y entrenamientos de esquí.
En esta posada se sirve leche de vacas recién ordeñadas, huevos frescos de las gallinas del patio, queso de sus cabras, carne de ternera alimentada en los prados de alrededor o platos tradicionales como el fli.
“Nuestro padre nunca nos ha incitado a emigrar fuera. Tenemos aquí tantas bellezas regaladas por Dios que sólo debemos explotarlas para ganar dinero”, afirma Leonard, el hijo de Laci.
Gracias al incansable esfuerzo de los doce miembros de la familia Laci, esta posada se ha convertido en una atracción turística no sólo para sus connacionales sino también para los extranjeros que se animan a descubrir el salvaje norte albanés.
Al igual que esta familia, un grupo de diez jóvenes ha desafiado al conservadurismo al tomar la iniciativa de hacer de guías turísticos para promover el patrimonio natural y cultural de Puka.
Enea es uno de estos chicos que ha apostado por labrarse un futuro mostrando las montañas en las que creció pese a que, de momento, no puede vivir de ello.
“Durante año y medio exploramos el terreno y desde hace poco estamos guiando a turistas”, explica el joven de 22 años.
Entre las cuevas milenarias que enseñan se encuentra “Shpella e Kaurit”, una de las más famosas de las más de 80 de la zona, situada en un acantilado que cae sobre el embalse de Koman, en el río Drin, el más largo del país.
Además, acompañan excursionistas en la subida de los picos Terbuni, Krrabe y Munella, donde los más afortunados pueden avistar linces, ciervos, osos o lobos.
El año pasado el número de turistas que visitó Albania alcanzó el récord de los seis millones de viajeros, un millón más que en 2017, mientras que Lonely Planet ha incluido este país balcánico entre sus 10 mejores destinos del 2019