La hostelería está sufriendo un importantísimo impacto económico por las medidas impuestas para frenar el COVID-19. Hay quienes creen que habrá un antes y un después, que la forma de acercarnos a los bares y restaurantes será distinta y que los clientes no tolerarán prácticas admitidas hasta ahora.
Algunos de los profesionales del sector están viviendo el momento con verdadera angustia, como Juan Carlos Labrit, autónomo, con un establecimiento en el que trabajan su mujer y él, y otros que afrontan la situación tratando de ser positivos, como David Vega, dueño de tres negocios, para quien lo fundamental es mantener el empleo de sus más de 30 trabajadores, todos afectados ahora mismo por un ERTE.
El “parón” es del 95 %, indica a EFE el secretario general de la Asociación de Hostelería de Gipuzkoa, Kino Martínez, que señala que la situación del sector es muy distinta a la del comercio porque los establecimientos de servicio a domicilio, a los únicos que se les permite trabajar, son un porcentaje muy pequeño.
“En el comercio se ha dado una posposición del consumo. Si un vestido o un frigorífico no se compran hoy, se pueden comprar en mes y medio, pero en hostelería se ha dado una transferencia del consumo del bar al hogar. Somos el primer sector al que se ha ordenado cerrar y el más afectado”, asegura.
Piensa que cuando bares y restaurantes comiencen a abrir “habrá una euforia enorme durante dos semanas” y se consumirá “lo que no está escrito”, pero también cree que la pandemia “va a dejar cicatrices en nuestra forma de socializar”.
“Quizá nos volvamos más cautos, quizá huyamos un poco de las aglomeraciones y quizá la venta de comida a domicilio se convierta en algo social. Las consecuencias para el sector serán negativas porque se producirá una reducción de la actividad”, comenta.
Da por “perdido” el año turístico, cree que los visitantes internacionales se retraerán y habrá que “apuntar” hacia el de otras comunidades autónomas.
Confía en que en el último trimestre se agrupen los congresos, ferias y actividades que no pueden celebrarse ahora, aunque opina que también en éstos repercutirá esa nueva forma de socializar que vaticina.
Martínez dice que las medidas que se han adoptado hasta ahora “no van a ser eficaces con el sector”, pero cree que no es el momento “de hacer sangre ni restar energía de lo que ahora es importante”.
No ha querido pronunciarse tampoco sobre la eterna polémica donostiarra de si se deben o no cubrir los “pintxos”, pues lo ve como “un tema secundario” en estas circunstancias.
David Vega, propietario, entre otros, del bar restaurante Baluarte de San Sebastián, situado en la Parte Vieja, es de los que cree que “las mamparas y el cubrimiento de las barras vienen para quedarse”.
“Esto va a hacer que veamos el trabajo de cara al público de otra manera, a nivel sanitario, desde luego. El tratamiento de los productos en la cocina va a ser mucho más cuidadoso. Nos vamos a lavar mucho más las manos. Esa cultura de la limpieza viene para quedarse también”, asegura a EFE.
Afirma que “cualquiera que tenga sentido común” va a tener que adoptar todas esas medidas, porque “cualquiera que tenga sentido común no va a tolerar comer un producto que esté expuesto al aire”.
“Los que lo van a sufrir son esos locales que se han dedicado al turismo, que daban el plato para que los propios clientes los llenaran toqueteando todo. Tendrán que reinvertarse porque es lo que hay”, advierte.
Dice que, aunque sus establecimientos también atraen turistas, su público objetivo es el local y el de la provincia, que es el que les va a ayudar a “salir” de esta situación. “No triunfantes, pero por lo menos con la cabeza alta y manteniendo los puestos de trabajo, que es nuestro principal objetivo”, apostilla.
Espera que las instituciones ayuden, que les faciliten “flujo financiero” para poder mantener el negocio.
Vega cumple este año 25 como hostelero. “Va a ser un aniversario por todo lo alto. Me río por no llorar”, ironiza.
Casi 20 años en este mundo lleva Juan Carlos Labrit, cuya preocupación por el futuro de su establecimiento del barrio de Gros donostiarra le ha llevado a un estado de ansiedad por el que está recibiendo tratamiento médico.
Cuenta a EFE que no logra conciliar el sueño y que ve la televisión hasta las 6 o 7 de la mañana, hasta que le vence el agotamiento y se queda dormido.
Afirma que en ocho años con el restaurante Labrit nunca había tenido problemas económicos. “Y ahora estás viendo que se te viene todo encina, que no generas ninguna ganancia”, añade.
A las preocupaciones de Labrit, a su desconocimiento sobre cómo completar y tramitar ahora la documentación propia del negocio, se une su temor por la propagación del COVID-19, ya que es diabético, por lo que se mantiene en casa encerrado “a cal y canto”.
Ha dejado de sintonizar programas informativos, ya solo ve canales de viajes y documentales. Comenta que su mujer le dijo hace unos días para animarle: “Si salimos adelante, nos vamos una semana a las Seychelles”.