Los desfiles del Sambódromo de Río de Janeiro son uno de los puntos más atractivos del emblemático carnaval de Brasil, pero en la avenida Sapucaí existen unas fiestas paralelas, una especie de clubes nocturnos “vip” conocidos como camarotes.
Dentro de las paredes del camarote, la fiesta se desarrolla al margen de los espectaculares desfiles de las escuelas de samba. Es una juerga “vip” donde grandes marcas y celebridades se juntan en un ambiente de lujo, con bares, restaurantes, espectáculos de música e incluso algún “spa”.
Son fiestas que poco tienen que ver con la samba o el espíritu del carnaval de la calle, en las que los dj’s y espectáculos musicales aislan a los asistentes del camarote de las músicas que suenan en la Sapucaí, la avenida que sirve de pasarela para el Sambódromo.
En estos espacios no hay aglomeraciones, pero sí cuerpos trabajados con bisturí, abundancia y ostentación, en un oasis del espíritu carnavalesco.
Los camarotes están ubicados a ambos lados de la pista por donde pasan las escuelas de samba, y abren sus puertas unas horas antes del inicio del desfile, para cerrar al amanecer.
Hay camarotes más exclusivos y con más ostentación y otros más accesibles. Los precios de una entrada pueden oscilar entre los 160 dólares y los 1.800 dólares.
Pero dentro del propio camarote también existen diferentes ambientes: la zona “club”, la zona “vip” y la zona “ejecutiva”, en la que marcas y empresarios reservan una parte del espacio para forjar relaciones laborales.
El camarote Arpoador, situado en el sector tres y patrocinado por la compañía discográfica Universal, es uno de los lugares más “exclusivos” del Sambódromo.
En ese espacio hay un desfile paralelo de celebridades, que lo escogen para disfrutar de una fiesta más íntima, fuera de la agitación de las gradas del Sambódromo pero siempre dentro del ambiente carnavalesco.
Una de sus socias es Ludimila Borges, quien explicó a EFE que la idea inicial del camarote fue crear un evento corporativo, para atraer a clientes de fuera de Brasil a los carnavales de Río de Janeiro, aunque con el paso del tiempo el evento y la demanda fue creciendo hasta alcanzar la dimensión actual.
“El Carnaval es una fiesta del mundo, es abierto, pero las marcas tienen intereses y quieren exclusividad, es una fiesta de elite”, afirmó Borges.
En su camarote se puede encontrar una peluquería, dos escenarios con shows de música que cuentan con artistas como la cantante colombiana Karol G, un “spa”, restaurantes e incluso un puesto de tatuajes, por lo que marcas como Dior y políticos, actores, cantantes y deportistas lo escogen para disfrutar del Carnaval.
La presentadora brasileña Adriana Bombom apuntó que “es el lugar ideal, porque es gente que escoge donde quiere estar. Hay celebridades, hay fiesta, hay energía y hay relaciones laborales”.
En su opinión, “es totalmente diferente a la fiesta del Sambódromo, aunque el camarote también da la opción de disfrutar de ese lado”, gracias a una terraza de 600 metros cuadrados volcada hacia la avenida por la que desfilan las escuelas de samba.
Esta imagen de elite refleja las enormes desigualdades que existen en Brasil, donde hay una distancia abismal entre quien está en la base y quien está en la cúspide de la pirámide social.
Mientras en los camarotes hay un derroche de opulencia, con despilfarro de comida y bebida, en las inmediaciones del Sambódromo, eran muchos los que se aglomeraban cerca de vallas y puentes para poder ver desde lejos el espectacular despliegue de las escuelas de samba, al no poder asumir el precio de la entrada a las gradas