Cada mañana Julio César aparca un flamante Desoto Deluxe de 1948 frente a la salida de la terminal de cruceros. Raro es el día en el que no suben a su descapotable rojo dos o tres grupos de turistas estadounidenses para recorrer la ciudad a un precio de entre 30 y 40 dólares la hora. Hasta hoy.
“Me diste malas noticias. Cuando aquí no entran cruceros no hay clientes”, responde a Efe, tras conocer que este martes el Departamento de Estado de Washington ha prohibido los viajes a Cuba en estos buques recreativos, además de restringir las visitas culturales de estadounidenses.
La prohibición de los viajes en crucero a Cuba impuesta este martes por el Gobierno de Estados Unidos condena a un futuro negro a los hasta hoy pujantes negocios privados del centro histórico de La Habana, desde restaurantes y tiendas de souvenirs hasta los emblemáticos automóviles clásicos.
Los cruceros de navieras como Carnival y Norwegian llevaron a Cuba a 340.000 estadounidenses en 2018, el doble que el año anterior, lo que situó al país norteamericano como el segundo mercado emisor de visitantes a la isla (con un total de 638.000) solo por detrás de Canadá, según datos del Ministerio de Turismo.
Desde que llegaran los primeros cruceros en 2016 fruto del “deshielo” promovido por Raúl Castro y Barack Obama, en el otrora deprimido barrio de la Habana Vieja se han multiplicado los negocios de los nuevos emprendedores cubanos o “cuentapropistas”, un pujante colectivo que ha dinamizado la economía cubana al margen del inoperante sector estatal.
Estos abarcan desde ambiciosos restaurantes con pantallas gigantes, bares de cócteles, estudios de artistas o tiendas de ropa tradicional hasta el humilde puesto de Yolaina la peinadora, experta en llenar de tirabuzones y trenzas las cabezas de los turistas a la sombra de la basílica de San Francisco de Asís.
“Me quiero morir. ¿Cómo no van a poder venir los cruceros? Si son la única entrada que tenemos, porque ya casi no hay turismo aquí ya”, lamenta Yolaina, tras asegurar que aproximadamente la mitad de sus clientes proceden de los barcos gigantes que atracan a escasos cien metros de su negocio.
Yoasi García, que regenta una tienda de recuerdos en la zona, comparte una preocupación similar.
“Estamos sobreviviendo por los cruceros. Creemos que si caen los cruceros caerán los negocios aquí también”, lamenta, aunque no pierde el optimismo: “los cubanos somos tremendos, estamos adaptados a vivir en cualquier etapa, clima y época. Somos fuertes”.
Los dos cruceros amarrados este martes en el puerto de La Habana podrían ser los últimos procedentes de EE.UU., ya que la prohibición entra en vigor en 24 horas. Sus pasajeros, sin embargo, se dispersaban por las calles de la ciudad sin saber que probablemente sean los últimos en disfrutar de este tipo de vacaciones, al menos por una buena temporada.
“Me he quedado de piedra. Ya estábamos preocupados antes de venir porque pensábamos que podía pasar, pero no lo sabíamos. Al menos aún tenemos el resto del día para apoyar a la gente de aquí”, comenta a Efe la jubilada Scarlett Skinner, mientras degusta el tradicional plato cubano “ropa vieja” en un restaurante del barrio.
La Administración de Trump también anunció la prohibición desde mañana de los viajes culturales y educativos de contacto con el pueblo de Cuba, conocidos en inglés como “people to people” y que permitieron a miles de estadounidenses visitar la isla tras el deshielo iniciado en 2014.
Los estadounidenses tienen prohibido hacer turismo en la isla, pero hasta ahora podían viajar si cumplían con algunas de las doce categorías existentes: visitas gubernamentales, actividades de medios de comunicación o centros de investigación, proyectos educativos, religiosos y médicos.
Estas otras modalidades no se verán afectadas y también podrán seguir operando con normalidad los vuelos comerciales regulares entre ambos países, reanudados en 2016 tras un paréntesis de más de medio siglo.
En el caso de la prohibición de cruceros, el Gobierno de EE.UU. argumenta que el objetivo es acabar con el “turismo velado” al considerar que sirve para “llenar los bolsillos de los militares cubanos” y en último término apoyar al régimen de Nicolás Maduro en Venezuela.
Esta hipótesis no preocupa demasiado a Linda Harper, otra jubilada estadounidense que bajó hoy del crucero para pasar la tarde en La Habana: “mi dinero va para mojitos, no estoy segura de a dónde llega después”, ironiza, y hace un amago de brindar con el cóctel cubano por excelencia.