A nadie se le escapa que la actividad turística también está contribuyendo a la emisión incontrolada de gases de efecto invernadero a nuestra atmósfera. Desde que el turismo se transformó en un producto de consumo de masas, el mundo del transporte y en especial la aviación, sin duda la más contaminante con los datos en la mano, ha experimentado un crecimiento exponencial. La conciencia colectiva sobre la amenaza climática ya ha generado términos que designan a colectivos que se denominan “antivuelos”. ¿Cambiará nuestra forma de viajar en los próximos años? ¿Existe el turista con conciencia ecológica? ¿Qué medios de transporte son los más contaminantes?
Cada vez surgen más voces críticas con la utilización del avión, el medio más contaminante del planeta, para realizar desplazamientos cercanos que pueden ser cubiertos por otros medios como el tren. La conciencia mundial sobre la amenaza climática sigue abriéndose paso.
¿Es lícito y éticamente responsable con el medio ambiente coger un vuelo de tan solo 40 minutos para realizar un desplazamiento continental? Pues bien, ya hay gente que evita viajar en avión para intentar paliar el cambio climático.
El término ha surgido en Suecia, la patria de la activista climática más conocida del momento, Greta Thunberg. El vocablo es “flygskam”, que podríamos traducir como “vergüenza a volar”.
Un término que cada día está cogiendo más peso en el país y que se ha traducido, según datos de SAS, la principal aerolínea escandinava, en un descenso del 5% del tráfico aéreo en el primer trimestre del año.
Los mayores exponentes suecos de esta corriente son, además de Thunberg, el conocido atleta sueco Björn Ferry. Ambos han declarado que jamás volverán a coger un avión.
Según datos de World Wildlife Fund (WWF), a día de hoy el 23% de los suecos han dejado de usar el avión para reducir su huella de carbono en los viajes que realizan.
En otras latitudes europeas, el antivuelismo también ha llegado para quedarse. En Gran Bretaña se está moviendo bajo la campaña Frlight Free UK, mientras que en España se está comenzando a utilizar el eslogan “quédate en tierra”.
En un reciente estudio realizado en España, bajo el nombre “Habitos y tendencias del turismo de fin de semana”, con más de 1.000 usuarios entrevistados, el 45% de los encuestados estarían dispuestos a plantearse viajes y reservas de vacaciones sin avión, mientras que el 28% declaran no estar concienciados en absoluto con el tema.
Desde la Mesa del Turismo, un ente privado de empresas turísticas españolas, se manifiesta una creciente preocupación al respecto. Afirman que está empezando a demonizar el concepto de viajar.
Se admite una cuota de responsabilidad en el impacto sobre el medio ambiente pero se pide a la sociedad que no se saquen conclusiones precipitadas al respecto. Señalan que el avión supone entre un 2 y un 5% de las emisiones de dióxido de carbono, nada comparado con otros sectores como el de la ganadería o las compras a través de internet y la mensajería y paquetería.
La Cumbre del Clima
La industria del turismo no es el único ente que echa balones fuera. Los estados participantes en la última cumbre del clima celebrada recientemente en Madrid (COP25), también hacen lo propio.
Una cumbre en la que todos los medios internacionales coinciden en afirmar que ha sido un fracaso en sus objetivos y anhelos. Un resultado que se resumen en una profunda brecha entre los actos de los Gobiernos y la opinión de la ciencia sobre la crisis climática.
Los negociadores solo han podido amarrar un débil llamamiento a las naciones participantes a realizar esfuerzos más ambiciosos contra el cambio climático. Se han emplazado a desarrollar el acuerdo de París referido a los mercados de dióxido de carbono ante la imposibilidad de consensuar un texto. Esto será en la siguiente cumbre, en Glasgow, en noviembre de 2020.
Se trata de un fracaso del multilateralismo ya que en la cumbre participaban 200 países que tenían que ponerse de acuerdo en un solo texto.
En la COP25 la comunidad científica ha dejado patente en sus estudios e informes que 2019 será un año record en subida de temperaturas. Además de esto, las emisiones de dióxido de carbono volverán a marcar un nuevo máximo histórico.
En la cumbre solo 84 países se han comprometido a presentar planes más exigentes para 2020. Entre ellos destacan Alemania, Francia, España y el Reino unido. Lo terrible es que los más contaminantes del planeta, EE.UU., China, India y Rusia, que entre todos suman el 55% de las emisiones mundiales de efecto invernadero, no han dado ninguna señal de colaboración en conseguir objetivos más ambiciosos.
Transportes más contaminantes
Los medios de transporte y su grado de contaminación se están configurando como uno de los centros de discusión respecto al papel del turismo en el cambio climático.
Las acciones de Greta Thunberg, que ha cruzado el Atlántico en barco en lugar de utilizar el avión, han tenido un eco mediático superlativo. Otras celebridades, como los duques de Sussex, se han visto envueltos en varias polémicas y críticas de activistas ambientales por sus recientes viajes en jet privado al sur de Francia o Ibiza. Los trayectos cortos están en el punto de mira de la opinión pública.
Según datos de la Asociación Internacional de Transporte Aéreo (IATA), la aviación supone un 2% de las emisiones globales de dióxido de carbono que contribuyen al calentamiento global. Es cierto que otras fuentes elevan este porcentaje entre un 3 y un 8%, por lo que los datos bailan un poco en función del emisor que los difunde.
Este organismo también afirma que para el año 2037 el número de pasajeros aéreos llegará a los 8.200 millones.
En cualquier despegue se utiliza más combustible que cuando se viaja a velocidad de crucero. En los vuelos cortos esto supone una mayor proporción del viaje en total y menos emisiones para vuelos directos que viajes con varias escalas.
Los modelos de aviones más nuevos son más eficientes y algunas rutas son mejores para llenar asientos y, por lo tanto, emitir una menor huella de carbono por persona. La emisión por pasajero es la clave y medida a la hora de delimitar qué medio de transporte es más contaminante.
También podemos constatar con datos de todas las partes que los vuelos en jets privados son los más contaminantes entre los ingenios que surcan los cielos. En estos aviones de menor envergadura, las emisiones se dividen entre menos personas.
Viajar en tren es mucho menos contaminante que coger el avión. En el hipotético caso de un viaje de Londres a Madrid se emitirían 43 kg de CO2 por pasajero, mientras que en Avión serían 118 kg, según datos de la web EcoPassenger.
Respecto a los automóviles, por supuesto también emiten menos que los aviones, siendo los eléctricos mejor opción que los diésel y gasolina. Con los coches, las emisiones y su cálculo también dependen del número de viajeros a bordo.
En un viaje en coche de Londres a Madrid, si en el coche viaja tan solo una persona, la huella de carbono es mayor que la del avión. Así es, pero ojo, si se le añade tan solo una persona más al coche, ya gana por goleada y es mucho menos contaminante. Imaginad si hablamos de un autobús…
Respecto al barco, las cifras de emisiones para los viajes en ferry son de 18 kig de CO2 por kilómetro y por pasajero, luego son menores incluso que las del autobús, según los datos de esta página.
La amenaza del cambio climático al destino España
Es un hecho científico que el cambio climático azotará con más fuerza a España que a otras naciones de Europa. El agua será más escasa y las playas, unos de sus principales reclamos, retrocederán poniendo el turismo en serio riesgo.
España corre el riesgo de convertirse en una prolongación del Sáhara en Europa. A día de hoy, los fuertes vientos ya están afectando a las reservas y estancias de la principal fuente de ingresos de España, que no es otra que el turismo.
Voces ecologistas critican con energía el altísimo consumo de agua de hoteles y campos de golf. El tratamiento de aguas también está siendo un problema de gran magnitud. Zonas turísticas como Canarias, Mallorca o Benidorm consumen agua del grifo filtrada. 750 plantas desalinizadoras bombean la sal al océano tras su consumo humano cambiando, de paso, el paisaje submarino cerca de las costas.