Cabinas telefónicas rojas en Londres, estaciones de metro “art nouveau” en París y, dentro de poco, “friterías” de diseño en Bruselas. La capital belga ha abierto un concurso de arquitectura para renovar sus tradicionales puestos de patatas fritas y hacer de ellos una seña de identidad local.
“Nos dimos cuenta de que en Bruselas muchas ‘friterías’ no estaban en buen estado, desafortunadamente; incluso que estaban en un estado dramático, y quisimos dar una imagen positiva e icónica de la ciudad con un concurso de arquitectura”, dijo el concejal de Urbanismo y Patrimonio de Bruselas, Geoffroy Coomans.
Así surgió la competición “Una patata en la barriga”, que hasta el 17 de octubre llama a arquitectos y expertos en urbanismo de todo el mundo a diseñar los nuevos puestos de patatas que sustituirán a los ocho quioscos del distrito centro, que albergan algunas de las “friterías” con más solera de la capital.
El objetivo es “desarrollar una nueva identidad más positiva” para estos establecimientos, que representan “la identidad culinaria de Bruselas y de Bélgica” pero no siempre transmiten una buena imagen de la misma, explica el concejal.
En toda Bélgica hay unas 5.000 “friterías”. Las clásicas suelen ser quioscos de unos diez metros cuadrados y aire destartalado, con olor a fritanga y mostradores minúsculos siempre abarrotados, pero que llevan décadas sobreviviendo en algunos de los enclaves más concurridos y vistosos de la ciudad.
“La patata frita es un símbolo de Bélgica en el extranjero, pero el que llega a Bruselas con frecuencia se decepciona por estas barracas de patatas un poco tristes”, dice Coomans. De ahí que el consistorio quiera aprovechar el necesario lavado de cara para crear estructuras simbólicas, que despierten el “orgullo” bruselense y a la larga se conviertan en icono de la urbe.
“A imagen de lo que ocurre con las cabinas telefónicas londinenses queríamos tener un modelo fuerte para la ‘frite’ en Bruselas”, explica el edil, que espera que otras ciudades se sientan inspiradas por la iniciativa y reproduzcan el modelo ganador.
Además de estético, el diseño deberá ser funcional: contar con que en cada quiosco se cocinan de media 50 kilos de patatas al día, deben respetar escrupulosas normas de higiene y medioambientales, y proporcionar un techo a los clientes que esperan en fila bajo la inclemente meteorología belga. En definitiva, ser friterías “del siglo XXI”, señala Coomans.
El ganador será elegido por un jurado de concelajes, arquitectos y representantes del gremio y se conocerá en noviembre, tras lo cual empezarán las renovaciones.
Las patatas fritas -“frites” en francés o “frietjes” en flamenco- son, con el chocolate y la cerveza, el producto más célebre de la gastronomía de Bélgica, donde cada ciudadano consume al año 16 kilos de patatas fritas en casa.
Sus características
Reconocidas patrimonio inmaterial de Bélgica, no cualquier patata pasada por aceite es digna de llevar el sello de patata frita belga.
Deben ser de tipo harinoso, cortarse a la larga y con un centímetro de espesor y, sobre todo, freírse dos veces, una primera en aceite vegetal a 160 grados centígrados y una segunda en grasa de vaca a 180 grados.
La doble fritura y el regusto a manteca son el santo y seña de una patata que debe quedar dorada por fuera y tierna por dentro y, según los puristas, acompañarse de salsas caseras.
Ni qué decir tiene que llamarlas “French fries” (patatas fritas francesas), como se las conoce en el resto del mundo, roza el ultraje para los puristas.
Y es que, en un país dividido en dos grandes comunidades -francófona y flamenca- con poco en común y gran voluntad de diferenciarse, la “frite” actúa como una suerte de pegamento identitario, algo de lo que todos se sienten igualmente responsables y orgullosos.
De ahí la reacción defensiva de las autoridades cuando, en julio, una propuesta de la Unión Europea para reducir la acrilamida, una sustancia cancerígena que aparece cuando se fríen alimentos hasta tostarlos, hizo intuir que se prohibiría la doble fritura.
Ante las demandas del Gobierno flamenco, Bruselas tuvo que insistir en que no busca vetar esta práctica.
“Estamos muy apegados a esta identidad, es lo que hace que la ‘frite’ belga sea tan buena, y vamos a intentar preservarla tal cual”, dice Coomans.
El próximo paso para protegerla, afirma, será introducir la demanda ante la Unesco para que la ‘frite’ sea reconocida patrimonio cultural inmaterial mundial, un título que ya ostenta la cerveza belga