Herederos Marqués de Riscal, una de las bodegas centenarias de Rioja y avalada por una trayectoria de más de un siglo, defiende la calidad en el cultivo de la viña y en la elaboración como método para no sucumbir a las “modas” del mundo del vino.
Esta bodega, un auténtico “chateau” ubicado en Elciego (Álava), puede presumir de conservar más de 150 cosechas de vino en su subsuelo y de haber conservado la tradición y a la vez ser una de las precursoras en Rioja de nuevos conceptos, avances tecnológicos y fórmulas innovadoras en enoturismo.
Para mostrar todo eso, en los últimos meses se ha marcado el objetivo de llevar a su bodega a algunos de los sumilleres más prestigiosos de España y ofrecerles un verdadero tesoro: catar vinos de añadas históricas, algunas de finales del siglo XIX.
Todo ello con el enólogo Francisco Hurtado de Amézaga como maestro de ceremonias y narrador, porque, al fin y al cabo, él forma parte de la historia de Marqués de Riscal por sus lazos familiares.
De hecho, Camilo Hurtado de Amézaga, uno de sus antepasados, fue el fundador de las bodegas a mediados del siglo XIX, dentro de un proyecto que buscaba trasladar el concepto vinícola de Medoc francés a La Rioja Alavesa.
La actual bodega, presidida por el moderno hotel que diseñó Frank Gery, es heredera de esa tradición y a pesar de sus innovaciones -como el primer ordenador del mundo que selecciona la uva grano a grano- preconiza la tradición por todos sus costados.
Eso es lo que han comprobado, entre otros, el director del Hotel Ritz de Madrid, Cristian Tavelli, el director de la empresa Lavinia, Juan Manuel Bellver, la directora del grupo de restauración Cañadio Teresa Monteloiva, o Carlos Echapresto, último premio nacional de gastronomía en la categoría de sumiller.
Poco a poco, bajo las explicaciones de Hurtado de Amézaga todos se sumergen en un universo marcado por la elaboración del vino al detalle, que es lo que Marqués de Riscal considera distintivo.
“Nuestros vinos surgen de pequeñas parcelas, todas viejas, que ensamblamos con mimo”, asegura, y detalla también cómo están presentes en el cultivo de las viñas en todo momento.
El recorrido lleva también al “cementerio” donde reposan miles de botellas de todas las cosechas que Marqués de Riscal ha elaborado.
“Hace años se realizó una cata de todas y ni una salió mala”, asegura Hurtado de Amézaga, poco antes de volver a comprobar que los vinos bien hechos conservan su personalidad durante muchas décadas.
En este caso ofrece a catar vinos de 1888, 1912, 1945 y 1964, esta última “considerada la mejor cosecha de Rioja de la historia”, asegura.
Catar esos vinos también tiene su propia “ceremonia” porque no puede arriesgarse a que el corcho estropee el caldo; para ello, con cuidado, cada botella se “degüella”, primero calentando el cuello con un metal incandescente y luego pasando un pluma o un pincel por la misma zona.
El contraste de temperatura se encarga de partir el vidrio sin que deje ningún residuo y así ese vino se puede servir.
“Es impresionante cómo se conserva, con matices de color y olor, como si fuera mucho más joven”, asegura antes de que todos comprueben cómo un vino de un siglo conserva su fuerza y su personalidad.
Una personalidad “afianzada” en Marqués de Riscal “durante más de siglo y medio, y no la vamos a cambiar”, asegura Hurtado de Amézaga, que sí es partidario de “de las innovaciones” y, de hecho, asegura ser el primero en haber elaborado un vino de autor, a mediados de los años 80 del pasado siglo, “y ahora todo el mundo lo hace”.
Pero “eso no significa adaptarse a las modas” porque “es cierto que el mercado tiene sus propios gustos, a veces marcados por líderes de opinión” pero “nosotros no vamos a perder nuestra esencia por eso”.
Admite, no obstante, que “ahora se hacen vinos más bebibles que antes” porque “cuando dos personas se sientan a comer les gusta beberse una botella de vino y no quedarte en media copa, que es lo que estaba sucediendo hace años”.
Pero “por mucho que las modas aconsejen una cosa u otra, hay que ser fiel a tu propio espíritu”, insiste, algo que para él es “hacer las bien, en la elaboración, en la crianza de las viñas, en el respeto a los rendimientos” y “así te puedes mantener aunque cambien los estilos, porque, al fin y al cabo, las modas al final vuelven”.
Carlos Echapresto, reconocido hace meses con el Premio Nacional de Gastronomía, por su trabajo de sumiller en el restaurante Venta de Moncalvillo, considera que el vino “está en un momento de convulsión” en el que “se mezcla la tendencia de vino de parcelas pequeñas, o de localidades, con los vinos ecológicos”.
En esa situación, él, cuyo trabajo es “ayudar a ensamblar vino y gastronomía” subraya que “es importante conservar la tradición” pero incide en que “el vino se hace para beber, no para las catas” y “ahora la sociedad está cambiando y también cambia la gastronomía, que ahora es más global e internacional”.
Por eso cree que “vamos hacia vinos más ligeros, bebibles, naturales y fáciles de entender” y dentro de ese pronóstico cree que “el futuro se va a escribir en blanco”.