Los turistas son las principales víctimas de la huelga que, con algún altibajo, mantienen los taxistas en Barcelona desde el 25 de julio y algunos han explicado a Efe sus reacciones, que van de la comprensión al enfado por unas vacaciones “arruinadas”, en algún caso.
Marianela llegó a Barcelona el viernes, procedente de Miami, al frente de un grupo familiar de ocho personas, entre las que hay niños y dos ancianos, a quienes sorprendió, no solo el calor agobiante que hace estos días en la capital catalana, sino la falta de transporte para llegar a su hotel.
Alquilaron un coche “carísimo, porque ante lo que ocurre, abusan” y aún así no pudieron llegar a las puertas de su céntrico hotel y tuvieron que cargar las maletas las últimas manzanas.
“No hemos podido hacer prácticamente nada, porque el metro está muy lleno y con dos ancianos y dos niños no puedes caminar mucho. Teníamos entradas compradas y nada”, se lamenta Marianela.
Ante el “caos” que han encontrado en Barcelona y con la previsión de tener los mismos problemas en Madrid, su próximo destino, evalúan ahora la posibilidad de dar por finalizadas sus vacaciones en España, siempre que puedan cancelar y cambiar vuelos y hoteles.
A pesar de todo, Marianela cree que “las dos partes -en conflicto- necesitan hacer cambios” y aunque asegura que no está a favor de unos u otros, se lamenta de que sus vacaciones han quedado “arruinadas”.
Recuerda que ha gastado “bastante dinero” para venir a disfrutar de “una de las ciudades mejores de España y resulta que es un desastre”, por lo que se marcha “decepcionada”.
Más comprensiva es María, que ha viajado a Barcelona para visitar a su novio y que considera que todos deben tener el derecho de poderse expresar, aunque “no es ‘cool’ la parte que obstruye el paso y perjudica a terceros”, asegura.
Mauricio, su novio, cree que es necesario defender a sectores como el del taxi de la invasión de compañías como Uber y Cabify en una situación que compara con el polémica suscitada también en otros sectores, como el hotelero, por Airbnb.
Por su parte, Sandro estaba esta mañana en el centro de la capital catalana sudando, pero no solo por el calor, sino por el agobio de buscar un medio de transporte para llegar al aeropuerto y no perder su vuelo a Argentina.